Jakonta Bicentenaria

Tenía ganas de hablar de algunas ocurrencias de la “Oligarquía Paceña” como de inundar la larga noche de museos en nombre de la sacrosanta cultura paceña y deleitarse con las historias de los fantasmas, sacarse fotos en la benemérita casa de la Cruz Verde –igual que cualquier turista japonés- y luego preguntar que es ese curioso y embriagante brebaje caliente color té, con palitos flotando servidos en botellas de vino, aunque en eso se han tenido que topar con la novedad de que la noche de museos se había vuelto una extensión del mercado Lanza, que al igual que el universo, se expande miles de kilómetros a cada segundo… y eso que aquí no ha habido ningún big bang, sólo las cuestiones del Bicentenario, que se parece pero no es igual.

Algunas veces les digo a mis alumnos de la universidad, que el mundo no empieza en San Miguel y termina en el Cine Monje Campero. Les digo que aventurarse a los extramuros de la ciudad puede traernos gratificantes experiencias dignas de ser vividas. Pero después me he puesto a reflexionar que los, paceñistas, tradicionalistas, deterministas, fundamentalistas, folkloristas, estronguistas y otros “istas”, estarían al acecho para hacerme saber que yo engroso o engraso –no solamente por mi saludable complexión- la banda de hipócritas, “istas” ya que bien hubo un tiempo en que hecho el poeta, artista o genio perturbado, andaba –de negro, con afectada cara de sufrimiento y oscuras reflexiones- merodeando y chupeteando en esas calles y después bien que me iba a las fiestas de la Universidad Católica en algún palacete sureño y me regodeaba hablando del dolor, la miseria, el hambre, la soledad, el sentimiento de vaciedad, la insoportable levedad del ser y otros azotes existenciales, desde las calientes pachangas de los bacanales bailando “Marilyn”. Es decir que yo de coherencia, congruencia, consistencia y tucuimas no voy a hablar, y tampoco voy a andar diciendo que los jailones y que la zona sur y que bla, bla, bla porque es lo mismo de siempre. Que todos hagan lo que les cante las guindas, finalmente yo soy otra clase de “Ista”, soy un Valeberguista y así estamos bien por ahora, hasta que halle un partido político.


Tanto preámbulo para hablar de comida y viejos amigos… bueno, decía que quería hablar de las ocurrencias de la “Oligarquía Paceña” hasta que he leído que las caseras del Comedor Popular del mercado Yungas han creado la Jakonta Bicentenaria. Esto en honor a los 200 años de la insigne gesta libertaria que nuestros gloriosos protomártires de la independencia con hondo y exaltado corazón patriótico han promovido inflamando perennemente la augusta llama de la libertad que el gallardo Murillo ha encendido con su sangre… y su pescuezo…yaaaaaaaa!!!! Bueno… en que estaba?? Ahh si! En la Jakonta; usted amable forastero o jailón (no voy a definir jailón, no jodan istas) que no ha tenido la oportunidad de visitar el Comedor Popular del Mercado Yungas, este no es un lugar que tenga grandes particularidades, a la vista es cualquier comedor popular, con vendedoras amables las unas y gruñonas las otras, pero, eso sí, se jacta de tener la mejor jakonta del Planeta, que para resumir digamos que es una Sopa de Carne –trozo grande- con arroz y papá y chuño, Servido en desportillado plato de loza y con una relamidamente gastada cuchara con agarrador que termina en forma de cucaracha, acompañada de la omnipresente y todopoderosa marraqueta amén de una buena llajwa que te hace moquear como en velorio.


La primera vez que fui a probar tal portento de la gastronomía matutina, fue a las 6 de la mañana de un eterno invierno paceño, conducido por el mismísimo Fernando “Jakonta” Rojas, que de los paceños, es el más. Obviamente que un sábado a esa hora, raramente se encontrará algún comensal sobrio. La suerte es que el antiquísimo refugio de los Excombatientes de la Guerra del Chaco se encuentra en la parte posterior del mercado, exactamente en la calle Coroico, por lo que era común ver a beneméritos terminar sendos platos de jakonta y timpho y bien o mal que todos íbamos borrachos, y las historias que afloraban de la guerra eran simplemente abracadabrescas, mágicas, alucinantes, tristes, alegres, desconsoladores, paroxismáticas ¿?


Como la del orureño que se escapo tres veces de prisión en el Paraguay; la primera vez atado a una lata de gasolina con la cual escapo de Isla Poi atravesando un rio atestado de pirañas; la segunda haciéndose al muerto en medio una ejecución sumária a varios prisioneros bolivianos; la tercera, en ocasión de una tregua propiciada por las fiestas de navidad: bolivianos y paraguayos acordaron jugar un Match de futbol, aprovechando la tregua navideña–tal como lo cuenta- y la pelota se fue al monte y la fue a buscar el orureño, que bueno…sospecha que es probable que no haya terminado el partido, no sólo porque se escapó, sino porque también se llevo la pelota, instintivamente dice él. Pobre orureño que gritaba en medio de atroces pesadillas todas las noches en el refugio, ya que en su conciencia habitaba eternamente la cruel ejecución de todo su equipo de futbol como le informaron meses después. O la historia del Estafeta del mismísimo general Busch, que veía como este llegaba de sus exploraciones a campamentos enemigos con colecciones de orejas y ojos de soldados paraguayos todos bien atados a su cinturón. Al estafeta le constaba y juraba por dios que cuando los Pilas (soldados paraguayos) escuchaban Busch, temblaban y hasta se hacían pis… el estafeta dice que el general no se suicido porque sí, sino porque le dolía mucho la muela.


Con estas historias que rematábamos en el Bar “Los Espejos” de la calle Yungas y que ahora aun existe y se llama “Glu Glu”. Cantabamos boquerón abandonado, llorábamos y reíamos y hacíamos lo que todos los borrachos hacen. Por ese entonces yo trabajaba de mesero en un antro cerca de la Plaza Uyuni y Fernando Jakonta Rojas era el Barman, y aunque me llevaba unos 30 años por lo menos, nos llevábamos muy bien. Alguna vez paso muy temprano en la mañana por ahí y pienso si sería bueno darme una vueltita para ver si habrá algún cuentito que escuchar. Alguna madrugada me dan ganas de ir a buscar a los muchachos e irnos al Glu Glu a acordarnos… pero lo malo también es que sufren cuando se acuerdan y creo que el tiempo ya se ha llevado a la mayoría al valhalla chaqueño, si tal cosa existe ya que al final, los sobrevivientes se las han visto más negras aquí que en el infierno verde como le llamaban.


Está bien esto de rescatar el pasado con estas actividades del Bicentenario, cuentos, recetas de la abuela, y ojala que no sea otra buena mamadera dizque cultural… ahora eso de sacar galletas, jakontas, ispis, wallakes, pollos Copacabana, poleras del Bolivar bicentenarias no sé, de repente soy un amargado, pero estaría bien que la ciudad, toda la ciudad se acuerde de todos, sobre todo los que han construido esta historia:
Los viejos.

Comentarios

Vania B. ha dicho que…
Me has hecho antojar Jak'onta que no tienes idea. En mi casa la hacían de película (la Maricucha) y es el plato favorito de mi abuelo Fico, que pese a no haber ido a la Guerra del Chaco porque era muy crío en esa época, está demasiado viejito, triste y sin ganas de quedarse mucho tiempo más en este mundo.

Y bueno, lo de que el mundo no empieza en San Miguel y termina en el Prado se los digo constantemente a dos enanos bajo mi custodia. El año pasado sábado por medio me los llevaba al centro: San Francisco, La Pérez, La Comercio a conocer Museos. Bien que me has hecho recuerdo de que tengo que seguir con las expediciones sabatinas, pues no quisiera que mis enanos terminen como jailones giles sin idea de quiénes son (es una de mis muchas pesadillas).

Un abrazo, perrito.
Zalator ha dicho que…
Buen escrito Don Perro, saludos y abriguese, el frío está jodido...
none ha dicho que…
Vania:
Queridísima! llevales un sabado tempranito a comer jakonta al mercado yungas, es un lugar limpio y seguro, pero ya no hay benemeritos que cuenten cuentos, es lo malo. Saludos y a ver cuando nos vemos.
Zelator: Como siempre, jamás dudo de su sinceridad, y así es, hay que evitar la sistitis y afines.
Saludos

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