Ayeres II

Uno de los primeros recuerdos que tengo de la casa de mi abuelastra es que comíamos los domingos, invariablemente a la misma hora y el mismo menú –sopa de maní y pollo al horno-en un comedor largo y lúgubre y de fondo se veía un pasillo que daba hacia una terraza que tenía una casita hecha como para un duende; ahí, sentada con las rodillas hasta las mejillas, comía callada María.
Después de subir y bajar, trayendo y llevando vasos, platos y otros varios, María se sentaba y comía el pollo con las manos. Yo peleaba con las alas y los tenedores. Sus manos brillosas le daban asco al abuelastro que le pedía que se las lave antes de servir el coctel de naranja y singani.
Imilla sucia Caramba!!!
Yo nunca hablaba con María.
Por ese entonces, yo vivía en una cocina con una ventana muy grande, al lado de un anafe de kerosene que tiznaba toda la pared; la cocina de gas dejó de ser un adorno y pasó a ser una mesa, ya que se hallaba sin uso por la falta de gas (tiempos de la Unión Democrática Popular).
En las noches me gustaba subirme al techo y mirar por la ventana el populoso barrio del Gran Poder. Melina nunca subía al techo y sólo me ayudaba a mirar por la ventana –tenía miedo caminar por las calaminas- Me preguntaba por aquella luz y por la otra, y yo inventaba que era un hotel o un banco y ambos imaginábamos que la luz estaba muy lejos y que desde la luz no podrían ver nuestra sombra.
Melina llegó un noviembre, desde un pueblo ventoso y polvoriento de Oruro. En realidad Melina, se llamaba María, pero mi mamá le cambió de nombre a Melina porque a decir de ella: “Todas las empleadas se llaman María y se van a confundir de empleada” Y lo bueno, a decir de mi padre, es que aún teniendo 10 años no la habían bautizado; así que la apadrinaron, la vistieron de blanco y la llevaron a la pila Bautismal y se quedó con Melina para siempre.
Sus papás nos la “regalaron-prestaron” porque en su pueblo había sequía dice María. María que ya no era María sino Melina y que comía en un rincón, lejos de la mesa, con las rodillas hasta las mejillas.
Era ingeniosa la Melina, inventamos un cacharro para cargar garrafas de gas y correr detrás de los camiones. En las madrugadas hacíamos fila en la puerta de la panadería “La Francesa”. A eso de las 5 y media de la madrugada venía toda agitada una mujer que repartía fichas acompañada de un Policía Militar se encargaba de vigilar que no haya escándalo y que se den sólo 4 fichas por familia.
Con las linternas nos miraban las caras a Melina y a mí:
-¿ustedes son hermanos?
-No… no lo conozco.
-son hermanos pues!! Clarito es!!
Igualitos??? No es mi hermana… es la empleada!!!
Chiflidos, berrinches, gritos.
Fue la última madrugada que compramos pan en el mismo lugar.
Después de dos años y medio Melina conocía todas las panaderías de la ciudad. Las clandestinas también.
Un día antes de la noche buena, habíamos cenado arroz a la valenciana. Melina siempre el mismo ritual después de lavar los platos en el balde. Sacudir su colchón, sus frazadas y hacer su cama en el piso al lado del anafe que tiznaba más que nunca la pared que un día fue verde agua. De fondo la ventana y la ciudad. De fondo las luces del hotel “El dorado”
Mi papá se fue sin decir mucho a su turno nocturno.
-Chau…
-Chau
A las 6 de la mañana sonó el teléfono. Con un repique tan intenso que te hace estar seguro que es una emergencia y que los teléfonos tienen vida propia. Después mi madre se jalaba los cabellos, gritaba, aullaba y golpeaba las paredes.
Mi papá murió en una explosión a las 5 de la mañana.
No lloré, nunca llore. El abuelastro miraba el ataúd y suspiraba. La abuelastra se enojó porque no lloraba. Mi mamá no se quiso lavar las manos ni la sangre.
Dicen que una granada de guerra tipo limón expulsa esquirlas letales por lo menos en 6 metros a la redonda.
Era noche buena, mi hermana que jugaba con todo lo que los vecinos le habían traído. En la casa de al lado yo estaba echado en un colchón de paja y una frazada vieja, igual que la Melina.
No tenía ni una pizca de ganas de llorar. Me daba pena el perro que no paraba de aullar y Melina que teniendo sueño no podía dormir porque estaba repartiendo coca y cigarrillos en el Velorio.
Dicen que sus tripas estaban botadas en el suelo de la morgue y que esa granada no era de él, sino del otro militar que trabajaba para la Acción Democrática Nacionalista y que peor quedó el que estaba desarmando la granada.
Mi mamá casi no hablaba y yo vi al fantasma de mi papá como un remolino levantarse desde mi cama y marcharse para siempre.

Melina y yo pedimos prestadas las llaves de unas inquilinas que tenían una tienda llena de abarrotes.
Copiamos las llaves de su departamento y una tarde cuando no estaban las hermanas Condori, nos llevamos 500 dolares. Podíamos haber sacado más, pero necesitábamos lo suficiente para irnos Melina, mi hermana y yo a algún lugar.
También queríamos llevar a mi Mamá para que deje de llorar, pero no hablaba.
Y la policía revolvía todo en casa y Mamá tenía una cara que jamás le había visto. Al día siguiente nos despedimos de Melina, en silencio, sólo mirándonos. Nunca más la volví a ver.
Después, entre silencio y murmullos empezamos otra vez.
En las fotos salimos con la cara brillosa como el plástico nuevo. Es por la crema Lechuga “Nacional” dice mi mamá.
Fotos y torbellinos que se van.

Comentarios

Ciudad Ameba ha dicho que…
tal vez hubiese sido mejor que uses más el recurso de la fotgrafía no crees?? bueno, estab medio heavy, aunque un poco inconexa la cuestión la veo, me ha gustado mucho al principio.
Saludos.
none ha dicho que…
Pues que te puedo decir camarada. gracias por tus comentarios y de repente si es mejor usar más el recurso de las fotografías.
saludos.
Asesino De Leyendas ha dicho que…
Buen texto... para ser mi primera visita me he llevado una buena imrpesión. Un abrazo en la distancia
none ha dicho que…
Estimado Asesino:
Muchas gracias por tu visita.
También estaremos viendo tu blog.

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